jueves, 16 de septiembre de 2010

Maleta

Maleta tirada a la basura
fotografía digital

Una maleta en algun pasillo...
Nunca me engaño con que mis sueños se realizarán. Estoy acostumbrado a los problemas, los veo venir. Pero igual los odio, ¿tu no lo harías?Una y otra vez me digo a mi mismo que no me importa. Que soy inmune al dolor, que cada vez soy más y más fuerte.  Pero cada vez que me sucede un problema mis palabras me abandonan. Y digo que nadie, nadie puede herirme, pero lo hacen. Llámame en tres meses y estaré bien, lo sé. O tal vez no tan bien, pero sobreviviré de algún modo. No recordaré los nombres y lugares de cada triste ocasión. Pero eso no es consuelo ni aquí ni ahora...
Never fool myself that my dreams will come true
Being used to trouble I anticipate it
But all the same I hate it, wouldn't you?
Time and time again I've said that I don't care
That I'm immune to gloom, that I'm hard through and through
But every time it matters all my words desert me
So anyone can hurt me, and they do
Call in three months time and I'll be fine, I know
Well maybe not that fine, but I'll survive anyhow
I won't recall the names and places of each sad occasion
But that's no consolation here and now.
"Another Suitcase In Another Hall"
Extracto de Evita: Weber - Rice




domingo, 5 de septiembre de 2010

Maquillaje primavera verano 2010...

Maquillaje primavera verano 2010...
Oleo sobre lienzo

Ángeles Pintados de Juana de Ibarbourou
Yo debía tener entonces entre once y doce años. Seguramente,
tendría también una tez de raso y un fresco tono de rosas en las
mejillas que aún no habían sido surcadas por la sal de las lágrimas
...verdaderas. Pero amaba las bellezas postales, tan de moda entonces y un día aparecí en la escuela rigurosamente pintada con un diluido carmín, con que mamá decoraba ciertas flores de merengue de sus postres caseros; con el pelo en la frente en un implacable rizado negroide, los zapatos de grandes tacones de mi hermana, y, bajo los ojos, anchas ojeras a carbonilla tomada de la caja de lápices también de mi hermana, que entonces aprendía dibujo con el Cónsul brasileño, y estaba copiando, de un antiguo álbum, prolijamente, la militar cabeza de nuestro bisabuelo materno. No sé como burlé la buena vigilancia doméstica, ni cómo pude cruzar el pueblo tranquilamente con tal estampa. Recuerdo también, como si hubiera sido ayer, su voz enrronquecida, al decirme:
- Ven acá, Juanita.
Entre desconfiada y orgullosa, avancé hacia su mesa de directora. Y otra vez su voz, ronca siempre:
- ¿Te has mirado al espejo?
Hice que sí con la cabeza.
Y ella:
- ¿Te encuentras muy bonita, así?
¡Pobres cándidos ojos oscuros elevándose hacia el rostro ya no terso
de la implacable interrogador! Y la debilitada voz infantil:
- Yo... sí...
- ¿Y te duelen los pies?
¡Ay, cómo ella lo adivinaba todo! No un reino por un caballo, sino un cielo por mi par de zapatos más viejos,
yo hubiera dado en aquel momento. Pero era un ángel altivo y contesté
con entereza:
- Ni un poquito.
- Está bien. Vete a tu sitio. A la salida, iré contigo a tu casa, pues tengo que hablar con Misia Valentina.
Fue una tarde durante la cual, en el salón de estudio, hubo un sordo
ambiente de revolución. Oí, de mis pequeñas compañeras, toda clase de juicios, advertencias y consejos, en general leales. Sólo estuvieron en contra de mí las dos niñas modelo de la clase. Empecé entonces a
conocer la dureza feroz de los perfectos.
No sé que hablaron mi maestra y mi dulce madre. En mi casa no
estalló ningún polvorín, no se me privó de mi plato de dulce, nadie me
hizo un reproche, siquiera.
Sólo me dijo mamá, después de la comida:
- Juanita, no vayas a lavarte la cara.
Con un asombro que llegaba al pasmo, pregunté apenas.
- ¿No?
- No, ni mañana tampoco.
- ¿Mañana tampoco, mamita?
- Tampoco hija. Ahora, anda ya a dormir. Desabróchale el vestido, Feliciana.
Y fue mi madre quien me despertó al otro día, quien vigiló mis
aprontes para la escuela y quien, al salir, me llevó ante su gran
armario de luna, y me dio con un tono de voz absolutamente desconocido
hasta entonces para mí:
- Vea, m'hija, la cara de una niña que se atreve a pintarse a su edad, ...a su edad, como si fuera una mujer mala.
¡Dios de todos los universos! Aquella cara parecía un mapamundi, y
aquella chiquilla encaramada sobre un par de tacos torturantes, era la
verdadera estampa de la herejía.
Me eché a llorar silenciosa, heroicamente. Vi llenos de lágrimas
los ojos tiernos de mi madre, pero aún no sabía de arrepentimientos
oportunos y me dirigí hacia la calle, con mis libros y cuadernos en tal
desorden, que se me iban cayendo por el camino. Fue mi santa Feli quien me alcanzó corriendo, casi a la media cuadra, y allí mismo me pasó por la cara sollozando, su delantal de cuadros blancos y azules. Ya casi no le cabía yo en el regazo, pero volvió a casa conmigo a cuestas, y las dos abrazadas, lloramos desoladamente el desastre de mi primera coquetería.
Después, andando los años, me he pintado rabiosamente y he llorado
lágrimas de fuego sobre los afeites de Elizabeth Arden, y quizás más de una vez he quedado hecha un mascarón de proa. Pero ahora no está mi madre para sufrir por mi pena, ni me negra ama para hacer de su delantal mi lienzo de Verónica, y ya no me importa nada, nada, nada...¡nada!